Vueltas de la vida por Carolina Rueda
Ayer fue quizás uno de los días que nunca quise que llegara. Nadie sabe lo duro que fue ver salir a los jugadores de “La H” a la cancha y escuchar todos esos cánticos catrachos. Era un sentimiento indescriptible el sólo pensar que hace cuatro años éramos nosotros quienes con la cara pintada de azul y blanco, gritábamos, rezábamos, sufríamos y llorábamos por esos jugadores. Ver a miembros de la delegación hondureña saludarnos, abrazarnos y más de algunos hinchas identificándonos, nos revolvía cada vez más el corazón y el estómago, haciéndonos sentir unos hondureños (como siempre lo hicieron durante nuestra estadía allá) pero esta vez la vida y el fútbol nos hacia enfrentarnos. Cuando sonó el himno hondureño... me salían las palabras por los poros de la piel. Inevitable escuchar ese himno y no pensar en todos los lunes que nos tocaba cantarlo en el colegio allá en Tegus. Miles de memorias y pensamientos, con un corazón arrugado pero decidido a que Ecuador tenía que ganar ese partido. Por eso mismo me arme de valor y con el corazón canté como nunca el himno del Ecuador y le entregue a Dios aquella odisea. En verdad le tenía pánico a ese partido y cuando Honduras metió el gol el mundo se me vino encima. Menos mal que el equipo de Ecuador se supo reponer y descontar el marcador. Muchos momentos de tensión, cada vez que Roger tenía la pelota yo parecía una loca rezando y queriendo que los ecuatorianos cortarán los pases y quitaran la bola. En cuestión de tiempo estaba tan metida en el partido y tan concentrada en que quería que ganara mi Ecuador, por todo el país y por lo que significaba para mi papa. Porque nunca habíamos ganado un partido en un mundial y aunque fuera con Honduras, era el momento que más lo necesitábamos. Y era por ver a mi papa triunfar en un mundial, celebrar un gol, esas cosas que sólo alguien que esta detrás de un cuerpo técnico sabe lo que se sienten. Al acabarse el partido me di la bendición agradeciendo a Dios por habernos permitido esa victoria, también a Chucho y todos los ángeles que nos acompañaron y ayudaron desde el cielo. Él también está en la cancha en cada partido que juega “la Tri”, y en el corazón de todos por siempre. Ahora si, a abrazar a los hondureños cerca nuestro, a decirles que los queríamos mucho, que les deseábamos lo mejor y a cantar con ellos. Por qué si hay algo que me encante de todos ustedes, es que nunca se dejan aplastar y alientan hasta el final, valoran el esfuerzo de sus jugadores y siempre están en ambiente de fiesta. Toca esperar la siguiente fecha del grupo E y ver que sucede. Mientras tanto toca seguir soñando y como dirían ustedes, los catrachos, socando. Caro, millones de gracias por compartir esto con nosotros. Te esperamos pronto por aquí, que es también tu casa. Un abrazo a la distancia, Vivian