A menudo escuchamos acerca del poder que tienen las palabras, pero muy pocas veces nos enteramos sobre el poder que tiene el silencio. Con mi abuelo aprendimos que el silencio puede llegar a ser mucho más expresivo. Él no necesitaba hablar fuerte para decir lo que sentía. Un simple gesto suyo era más explícito que mil palabras. Ya que yo no tengo su mismo don, escribí esto para él.
Después de años de luchar y aferrarse a la vida como un campeón, llegó su momento de descansar como se lo merece. Esta enfermedad marcó la cúspide de su resistencia física, mucho más que todos los kilómetros que recorrió a lo largo de la vida con sus shorts cortos y sus tenis deportivos. Su genial trayectoria como ginecólogo lleva a muchos a decir que él fue maestro de maestros y cirujano de generaciones. Pero hay un título que se ganó a punta de amor y abrazos: el de “abuelo de abuelos”.
La primera en disfrutarlo fue Marcela, ella fue su escuela por 8 largos años, y luego llegamos el resto, que le ayudamos a desarrollar su especialidad. Por último, Natalia, Rigo y Grace, los bebitos que lo convirtieron en un bisabuelo honoris causa. De hecho, es curioso que debido a su carrera, mi abuelito trajo al mundo a varios de sus nietos, y eso me lleva a creer que es una razón más por la cual el vínculo con él es inquebrantable. A pesar que ya no esté.
Sé que este es un homenaje póstumo; pero tengo la certeza que será bien recibido en el cielo por mi amado abuelo Mario. Y estoy tan segura porque en vida le hicimos saber todo el amor que sentimos - y que seguiremos sintiendo - por él. Él acusó de recibido en mayo pasado, y nos respondió a través de una nota de audio diciendo “reciban siempre el amor que yo tengo en el corazón para ustedes”, con su voz tan tenue y entrecortada. No sé si el amor emita un sonido, pero para mí, esa tarde, así sonó el amor al escucharlo en mi celular. Este amor no tiene fecha de caducidad. Seguirá vigente cuando nos volvamos a encontrar.
Es tan fuerte que trasciende espacios físicos, océanos, y trascenderá generaciones. Nos encargaremos de contarle a todos sus bisnietos y tataranietos sobre sus detalles y cariños, y cuando les mostremos fotos suyas entenderán de dónde salieron tan bellos. Porque aparte de su sinfín de cualidades, sobresale con medalla de oro como el abuelo más guapo del mundo. El que daba los mejores besos, el que nos tomaba de la mano con delicadeza, y el que apoyaba todo lo que hacíamos.
Extrañaré los pequeños detalles, esos que lo hacían ser él. Como los regalos del “Feliz No Cumpleaños” que preparaban con mi abuelita, que nos dejara frotarle la cabeza cuando recién se cortaba el pelo, que no le importara ponerse una gorra de su enconado rival por complacer a sus nietas olimpistas. Verlo molesto yo decía “50 pesos” en vez de “50 lempiras”. También extrañaré verlo partir en pedazos exactos la galleta para su perro por las tardes, y verlo picotear los quesitos que tanto le gustaban. Extrañaré asombrarme por la pulcritud con que colgaba su ropa en el baño, y recordaré siempre de los siempre las pelotas de baseball que hacía con las medias robadas de la abuela, y cómo mandó a conseguir un bate liviano para enseñarnos a batear… la lista puede seguir hasta que acabe el confinamiento. Así que ahí la voy a dejar. Solo agregaré que él forma parte indispensable de quiénes somos ahora, y lo que seremos en el futuro.
Con el corazón partido por no poder estar de cuerpo presente en Tegucigalpa, y acompañar a mi abuelita Amanda, mi hermana, mis queridas primas, mi tía Nena, mis tíos, y sobretodo mi papá, solamente deseo que mi abuelo disfrute de su vida eterna. Como dice mi prima Mars, su partida no nos deja el corazón vacío. Al contrario, nos lo deja rebosante de todas los momentos tan lindos que vivimos con él. Nunca dejará de hacer falta, pero más allá de eso, nosotros nunca dejaremos de agradecer por el pedazo de abuelo que nos tocó. Siempre nos hizo sentir amados, sin ninguna condición y sin ningún pero, y eso nada lo podrá disipar.
Por infinitas razones más, lo amamos para siempre. Le mandamos un baúl lleno de besitos hasta el cielo, abuelito Mario.
Con muchísisisimo amor,
Vivian María