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Un balcón y una pandemia

Updated: Feb 7, 2022




En el momento que empecé a escribir esto (día # 9 – 20 de marzo '20), es cuando quizás sentía menos ánimos en el tiempo que llevo confinada donde vivo, cerca del centro de Madrid. Paso estos días junto a otras 3 personas. Aunque en realidad, la semana pasada éramos 11, pero muchos de mis compañeros tuvieron la necesidad de volver a sus casas durante esta crisis. Hace muy poco éramos una multitud en la cocina, casi siempre coincidíamos y es gracioso como aprendimos a esquivarnos y no interrumpir el viaje culinario del otro.


Ahora muchas veces tengo la cocina para mí sola. Me encuentro frente a la cacerola invocando los dones de mi mami para que mi almuerzo salga medianamente decente. Ella es una diosa de la cocina, tanto así que se gana la vida deleitando el paladar de sus fieles clientes. Yo, su primogénita, soy una simple mortal que cuando llegó a Madrid no sabía ni hacer arroz. Mi familia dice que nos parecemos mucho, pero está claro que en este ámbito no. Hace unos meses, yo padecía el mal de sentarme en la mesa y dejar que me sorprendieran con cualquier cosa para comer. Y eso me bastaba.


Vivir lejos de casa me hizo enfrentar una realidad desconocida: quien debía sorprenderme ahora era yo misma. Como dice mi abuela Mamadelmy, “Allá no está ni Margarita ni tu mamá, ¡verdaaaaad!”. La Margus, como yo le digo cariñosamente, nos cuida desde hace casi 26 años; prácticamente toda su vida y literalmente toda la nuestra. Aunque mi abuela me recalca – constantemente – que la Margus no está en España para ayudarme, sí que lo está virtualmente. De vez en cuando la asedio vía WhatsApp para preguntarle los consejos cocineros más triviales.


Me responde: “Me alegra que te avivés”. Es que en serio, no me tenían mucha fe. Jajaja.


Después de varios trials and errors y arroces desabridos, poco a poco he ido desestimando la idea que yo cocinara algo rico era inalcanzable. Y en tiempos de Coronavirus, por primera vez, he comido platos hechos exclusivamente por mí durante más de una semana. Aplausos por favor. La racha continuará durante la crisis, y haré todo lo posible porque se mantenga después que pase.


Hoy es el día 10, de no sé cuantos. Esperemos que no sean muchos pero que sean los suficientes para que todos estén a salvo. En medio de tanta incertidumbre, y días grises, la pandemia va dejando consigo algunas cosas positivas. En mi caso, me ha ayudado a conectarme con muchas personas que quiero, y que con quienes tenía tiempo sin intercambiar mensajes. Me ha hecho recapacitar sobre lo afortunados que somos una minoría de tener muchos lujos en casa. Porque si incluso tener un techo es un lujo; ni digamos tener internet, comida, un celular y Netflix. El COVID-19 también me hizo apreciar muchísimo más el balcón de mi cuarto, ya que con los días se fue convirtiendo en mi acceso al mundo exterior (exceptuando los esporádicos viajes al super).


Ese balcón es mi mejor aliado por muchos motivos. Me hace sobrellevar el encierro mucho mejor, y sin él creo que estaría ya un poquito loca. Mejor dicho, muy loca. Se transformó en mi palco para presenciar como el barrio y Madrid entera se funden en un aplauso colectivo para agradecer a todas las personas que están en primera línea dando todo de sí contrarrestar las consecuencias del virus. Todos las noches, a las 20.00 hago acto de presencia. Cuando la pandemia desaparezca, y llegue el verano, me imagino teniendo las puertas del balcón abiertas, tomando una bebida fría, viendo a la gente pasar, y alguna musiquita de fondo. Llegará el día. Por mientras... seguiré dándole al teclado, y creando una bonita amistad con mis compañeros de piso.


Cuando empecé a escribir esto me sentía sin ánimos, a medida lo fui desarrollando, todo fue cambiando. Una llamada con mi abuelo por Facetime bastó para disipar el ‘bajoneo’. Me dijo que le gustaba verme feliz, esto mientras yo sonreía a la pantalla por algún chiste que contaba mi papá, que estaba al lado suyo. Él no lo sabía, pero cambió mi día para bien. Es normal que no siempre nos sintamos al cien, especialmente en estos momentos tan cargados emocionalmente. Al final, tenemos el poder de irnos a dormir y saber que habrá un mañana y será un mejor día. Cuando lo tengamos, disfrutémoslo al máximo.


Un abrazo a todos, deseo que estén muy bien. Recurro al mismo pensamiento muy seguido: Que mis hermanos hondureños no sufran y sobretodo espero que nuestras autoridades tomen las mejores decisiones en pro del país y de la manera más transparente posible. Estoy allá en espíritu.


Y recuerden… por cada taza de arroz, son dos de agua. 😉


VQV

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